noble y vertiginosamente.
Los he visto pasar
del morral al portafolios,
del cuero y la mezclilla
al casimir inglés.
Recuerdo que su irreverencia
abría de golpe las ventanas
para que entrara un soplo de aire fresco
en la conversación.
Ahora sopesan
cada palabra.
Estudian
las acciones ajenas
antes de actuar, medrosos y callados,
como si a un tiempo fueran
las piezas de ajedrez, el contrincante
y el jugador.
Hallaron
un lugar en el mundo,
ya son parte
del mecanismo ciego que los hombres construyen.
Éste les da olvido,
los limita
y los vuelve felices.
Sin embargo
lo que me desconcierta
no es su indiferencia,
su irritación o su desasosiego
cuando me ven,
sino la piedad,
la tristeza invencible que me inspiran.
Cómo salvar esa parte de ellos
que yo admiraba,
cómo salvar esa parte de mí
que irresponsablemente les dejé
como un voto, como una ofrenda.
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