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La interpasividad es lo opuesto del concepto de Hegel de List der Vernunft (la astucia de la Razón), en el que soy activo a través del Otro: puedo estar pasivo, sentado confortablemente en el fondo de la sala, mientras el Otro hace algo por mí. En lugar de golpear el metal con un martillo, la máquina lo hace por mí; en lugar de hacer girar la rueda del molino, el agua lo hace: logro mi objetivo interponiendo otro objeto natural entre mí y el objeto sobre el que estoy trabajando. Lo mismo puede ocurrirme en un nivel interpersonal: en lugar de atacar directamente a mi enemigo, instigo una pelea entre él y otra persona, así puedo observar confortablemente cómo se destruyen entre sí. (Así como para Hegel la Idea absoluta reina a lo largo de la historia. Permanece fuera de cualquier conflicto, dejando que las pasiones humanas, a través de sus luchas, hagan el trabajo por ella. En la antigua Roma, la necesidad histórica del pasaje de la república al imperio se realizó utilizando como un instrumento las pasiones y ambiciones de Julio César).
En el caso de la interpasividad, por el contrario, soy pasivo a través del Otro. Le concedo al Otro el lado pasivo (gozar) de mi experiencia mientras me quedo haciendo activamente algo (puedo seguir trabajando por la noche, mientras la videocasetera goza pasivamente por mí; puedo resolver cuestiones de la fortuna del difunto mientras las plañideras lloran por mí). Esto nos conduce a la noción de falsa actividad: las personas no sólo actúan para cambiar algo, sino también para evitar que algo ocurra y así nada cambie. En esto reside la típica estrategia del neurótico obsesivo, que despliega una actividad frenética para evitar que algo pase. Por ejemplo, en una situación grupal en la que hay cierta tensión que amenaza con explotar, el obsesivo habla sin parar para evitar el momento de un incómodo silencio que forzaría a los participantes a afrontar abiertamente la tensión subyacente. En el tratamiento psicoanalítico, el neurótico obsesivo habla constantemente, inundando al analista con anécdotas, sueños, reflexiones: su incesante actividad se sostiene por el miedo subyacente de que, si deja de hablar por un momento, el analista le haga la pregunta que realmente importa, en otras palabras, hablar para mantener al psicoanalista callado.
Incluso en buena parte de la política progresista de hoy, el riesgo no es la pasividad sino la seudoactividad, la urgencia por ser activo y participar. La gente interviene todo el tiempo, intentado “hacer algo”, los académicos participan en debates sin sentido; lo verdaderamente difícil es dar un paso atrás y retirarse de allí. Los que están en el poder prefieren a menudo una participación crítica antes que el silencio ─buscan establecer con nosotros un diálogo, para asegurarse de quebrar nuestra ominosa pasividad─. En oposición a este modo interpasivo, por el que estamos activos todo el tiempo para asegurarnos de que nada realmente cambie, el primer paso verdaderamente crítico es retirarse a la pasividad y negarse a participar. El primer paso limpia el terreno para la auténtica actividad, para un acto que efectivamente cambie las coordenadas de la escena.
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