En su libro El imperio del no-sentido, Jacques Ellul, uno de los más grandes críticos de la sociedad tecnológica del siglo xx, veía en la contaminación técnica del arte moderno una de las características fundamentales del hombre de hoy: su vacuidad, su ausencia de sentido y su absoluta permisividad.
Pese a que desde el romanticismo, el arte fue una reacción contra un racionalismo que había despojado al mundo de su misterio, el desarrollo de la técnica –cuya realidad, como lo dice Pierre Garcia al comentar a Ellul, es la fabricación de un universo “donde cada cosa se engendra a sí misma apoyándose en otra cosa sin que jamás aparezca, en esta red de causas y efectos, un valor y una finalidad” que no sea la búsqueda de su propia libertad y su propio poder– lo ha convertido en su espejo. A pesar de que el arte contemporáneo, en lo que se ha dado en llamar arte conceptual, quiere a veces criticarla, en realidad su presencia, en las salas de los museos, es, al igual que los productos de la técnica, un puro “estar-allí” como un conjunto de objetos que, dice Ellul, “no tienen necesidad ni de un sentido ni de un valor” y se imponen por lo que son: un reflejo de la sociedad técnica “que le devuelve su imagen sin conocerla ni reconocerla”.
A diferencia de la búsqueda espiritual que había en el arte, y que se refiere siempre a un valor que está en la realidad, pero que a la vez la trasciende, el arte contemporáneo, al convertirse en su propio y único fin, busca, como lo exige la sociedad técnica, ponerse al servicio de la irresponsabilidad. “Entre más irresponsable soy –dice una historia sobre la maldad– o, mejor, entre más malvado soy, más artista soy.”
Baste echar una mirada a lo que se expone en los museos de arte contemporáneo para constatar no sólo que el artista –al igual que lo hace el científico al servicio de la técnica y de sus aventuras– puede transgredir su responsabilidad social, sino que es gracias a esa irresponsabilidad, a esa capacidad de ir más allá de cualquier límite y expresar la maldad a través de formas extremas de pornografía, sadismo, tortura, humillación como obtiene su reconocimiento artístico.
Pese a que desde el romanticismo, el arte fue una reacción contra un racionalismo que había despojado al mundo de su misterio, el desarrollo de la técnica –cuya realidad, como lo dice Pierre Garcia al comentar a Ellul, es la fabricación de un universo “donde cada cosa se engendra a sí misma apoyándose en otra cosa sin que jamás aparezca, en esta red de causas y efectos, un valor y una finalidad” que no sea la búsqueda de su propia libertad y su propio poder– lo ha convertido en su espejo. A pesar de que el arte contemporáneo, en lo que se ha dado en llamar arte conceptual, quiere a veces criticarla, en realidad su presencia, en las salas de los museos, es, al igual que los productos de la técnica, un puro “estar-allí” como un conjunto de objetos que, dice Ellul, “no tienen necesidad ni de un sentido ni de un valor” y se imponen por lo que son: un reflejo de la sociedad técnica “que le devuelve su imagen sin conocerla ni reconocerla”.
A diferencia de la búsqueda espiritual que había en el arte, y que se refiere siempre a un valor que está en la realidad, pero que a la vez la trasciende, el arte contemporáneo, al convertirse en su propio y único fin, busca, como lo exige la sociedad técnica, ponerse al servicio de la irresponsabilidad. “Entre más irresponsable soy –dice una historia sobre la maldad– o, mejor, entre más malvado soy, más artista soy.”
Baste echar una mirada a lo que se expone en los museos de arte contemporáneo para constatar no sólo que el artista –al igual que lo hace el científico al servicio de la técnica y de sus aventuras– puede transgredir su responsabilidad social, sino que es gracias a esa irresponsabilidad, a esa capacidad de ir más allá de cualquier límite y expresar la maldad a través de formas extremas de pornografía, sadismo, tortura, humillación como obtiene su reconocimiento artístico.
Al igual que en la biotecnología y en las nanotecnologías, la escalada en este terreno parece ir creciendo cada vez más y carecer de límites. Hace poco, un periódico exaltaba a una artista que había realizado un video en el que negros y negras se entregaban a todas las posibles formas de sodomía. El artista chino Zhu Yu, a manera de un performance devora a un bebé. El videasta Chieh-jen Chen presenta un film de un condenado que se hace cortar vivo en pedazos. La producción en este terreno es tan inmensa como atroz. “A la snuff-movie, aunque se trate de trucos –escribe Garcia– no se le persigue en el mundo del arte, por el contrario, se le subvenciona y es objeto de encargo […] Se trata del hombre sin valor, del puro performer, del puro técnico en la sociedad del espectáculo. Si la creación no reconoce ningún valor superior, ¿qué freno podrá detener su eventual ‘maldad'?”
Esta historia reciente del arte muestra lo que la sociedad técnica ha hecho del hombre y de uno de los últimos reductos que tenía para mirar el misterio, el arte: un ser empequeñecido, un sujeto que, arrancado del cuerpo social, de las tradición, del común, de la familia, de la ciudad –en su sentido griego– y de la fe, se disuelve en el sinsentido. Reducido a nada, busca su sitio en el golpe mediático, en la audacia irresponsable, en la competencia con otros por ser el más terrible, el más innovador, el más capaz de usar su libertad al servicio de la técnica, de la desmesura y del sometimiento consentido del espectador a lo humillante y lo repulsivo.
Al rehusar todo valor superior, el arte se vuelve vacuidad pura. Su grandeza radica en que no la tiene, en que, al igual que la técnica, es puro poder del poder, donde la vida y sus misterios han sido desalojados en nombre de la inanidad, de la humillación y del éxito, es decir, de la satisfacción del ego desplegado sobre una libertad que se volvió un juego irresponsable de causalidades sin sentido ni significado.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco- cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la appo , y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
(Tomado de La Jornada Semanal, número 747; domingo 28 de junio de 2009)
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