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Gonzalo Rojas
que acaso te dejaré dos o tres palabras,
una sílaba siquiera por la que me recuerdes
del polvo: no,
hubo una vez un hombre,
y de aquellas
mis estrellas punzantes:
queda la negrura de las alcobas,
la ingenuidad amarga de
tus muslos suaves como el mercurio,
hubo una vez un niño...
hubo aquel temblor de tu carne
y tus ojos cerrados
a la encanecida humedad de las sábanas,
hubo una vez,
hubo una vez...
y aquello de la vida
fue
-hemos envejecido
y ya todo parece inevitable-
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